Las resurrecciones cuestan

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Filipenses Capítulo 3, versículos 13 al 11. Léalo conmigo de alguna manera, creo que está puesto. Pues escúchenlo o léalo en su Biblia. Dice la palabra del Señor, y estas son palabras del Apóstol Pablo hablando a sus lectores en la ciudad de Filipos. Dice el Apóstol Pablo:

“... Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado –en otras palabras, las he considerado-, como pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente aún estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por amor del cual lo he perdido todo y lo tengo todo por basura para ganar a Cristo y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo. La justicia que es de Dios por la fe....”

ahora ponga su atención en este versículo 10, dice, “... (todo esto que él acaba de explicar), ....a fin de conocerle y el poder de su resurrección y la participación de sus padecimientos llegando a ser semejante a él en su muerte, si en alguna manera llegase a la resurrección de entre los muertos....”

Bendiga el Señor su santa palabra. Amen. Hermanos, hoy celebramos, como ya hemos dicho en tantas maneras, la resurrección de Cristo, un evento de gran importancia en toda la cristiandad. En este día se han dado, y se darán celebraciones sobre el evento más transformador y más poderoso que se ha dado en toda la historia de la humanidad: en Asia, en África, en Australia, en Nueva Zelanda, en el Pacífico, en el Atlántico, en Norte América, en Sudamérica, en todos los países y continentes del mundo hay gente ahora mismo como nosotros, celebrando la resurrección de Cristo Jesús.

Eso es algo maravilloso. Es uno de los eventos más sagrados del calendario cristiano, junto con su nacimiento, junto con su crucifixión. La resurrección ocupa un lugar absolutamente esencial.

Ahora bien, hay por lo menos 3 dimensiones que se desprenden del hecho de la resurrección. Hay por menos 3 consecuencias muy grandes teológicas y prácticas que se desprenden del hecho de que Cristo ha resucitado.

Primeramente, el hecho de que Cristo ha resucitado es una promesa para nosotros de vida eterna. ¿Cuántos entienden lo que estoy diciendo? Quiere decir eso que como Cristo resucitó nosotros también vamos a ser resucitados. Gloria al Señor. Así lo dice el Apóstol Pablo en Primera de Corintios, Capítulo 15, que él es hecho primicia de entre los muertos. Muchos lo han seguido a él en su resurrección desde que él resucitó y nosotros, si él no viene antes, le seguiremos también.

Para el Hijo de Dios no hay muerte sino simplemente pasar de una vida inferior a una vida eterna y perfecta en Cristo Jesús porque él abrió el camino, él resucito y nos garantiza a nosotros también nuestra propia resurrección, primera consecuencia.

Segunda consecuencia: la resurrección de Cristo valida el carácter, la naturaleza mesiánica, divina de Jesús. Los Apóstoles en sus primeros sermones registrados en el Libro de los Hechos, empleaban la resurrección de Cristo como una tarjeta de validación de su carácter como Mesías, como el Hijo de Dios. Ellos decían, como Dios lo resucitó de entre los muertos, eso es prueba de que él es aquel que Dios ha enviado para intermediar entre él y la humanidad.

La resurrección de Cristo es algo único. Ninguna otra religión basa sus creencias en un fundador resucitado. Los demás fundadores de las grandes religiones, sabemos dónde está su tumba o sabemos del día en que murieron, pero no se habla de resurrección, se habla de otras cosas, pero resucitado corporalmente de entre los muertos, históricamente, como lo vimos ahí en un pequeño momento de una de las presentaciones, resucitado en cuerpo, cuando le dijo a Tomás ‘mete tu mano mi costado y mira las heridas de mis manos’, comiendo pescado con sus discípulos al final de uno de los Evangelios, eso no lo reclama ninguna otra religión.

Nuestro fundador, Cristo Jesús, es el Hijo de Dios y por eso Dios lo levantó de entre los muertos. Muy importante, segunda consecuencia. Y hay todavía una tercera consecuencias muy práctica y es que como Cristo resucitó de entre los muertos, cada uno de nosotros podemos vivir en el poder de la resurrección ahora en esta vida. Gloria al Señor.

Eso quiere decir que Dios ha desatado un poder, al resucitar a Cristo y vencer la muerte, él también venció todo lo que la muerte representa en este mundo: enfermedad, pobreza, tristeza, depresiones, derrotas, ataduras espirituales y mentales; todo eso Cristo rompió las ligaduras, y al resucitar él nos delegó a nosotros el poder para vivir vidas victoriosas. Lo más importante es eso, yo puedo vivir una vida victoriosa sobre la enfermedad, la depresión, la pobreza, los problemas, el pecado en esta vida por medio del poder que resucitó a Cristo Jesús.

Puedo vivir una vida resurrecta, en otras palabras, aquí en la tierra mientras espero mi resurrección definitiva y eterna. Y eso es una consecuencia muy importante y la voy a aclarar un poquito más por lo importante que es. Porque muchos cristianos no nos percatamos al entrar en la vida cristiana que estamos entrando en una dimensión de poder, de victoria, de promesa, de luminosidad, de esperanza, de rotura de ligaduras por medio del que la derrotó todo, en la cruz y en la resurrección.

Les doy dos ejemplos de esto. Uno de ellos, ya lo vimos aquí con estas dos hermanas que cantaron ese precioso himno y que elaboraron dramáticamente el encuentro de las dos Marías con el Cristo resucitado.

Usted ve a estas dos mujeres que van fielmente a ungir el cuerpo de su Maestro, que ellas piensan que está muerto. Para ellas no hay esperanza de que él ha resucitado, ellas piensan que él ha sido derrotado, pero todavía tienen sano deseo de bendecir y honrar el cuerpo de su Maestro.

¿Cuántos cristianos hay que aman a Dios y tienen un sano deseo de honrar a Dios? Pero como estas mujeres no saben que ya Dios ha desatado un poder a través de Cristo resucitado, Jesucristo no está muerto, está vivo como dice una canción por allí. Entonces, ellas están asustadas y preocupadas diciendo ‘¿quién nos removerá la piedra?’ Porque hay una piedra que cubre la tumba de Jesús. Fue puesta una gran piedra, era cueva y ponían un piedra, la rodaban para cubrirla. No había puertas en esos tiempos como nosotros las conocemos.

Ellas están preocupadas, quieren ungir el cuerpo de su Maestro y están caminando por fe pero se preocupan porque no tienen la fuerza. Pero ¿qué pasa? Dice la Biblia que cuando ellas llegan allí un ángel poderoso desciende del cielo, hay una luminosidad tremenda, el ángel quita la piedra y se sienta sobre ella, en señal de la victoria, de la resurrección, sobre la muerte y sobre todo obstáculo que se interpone entre nosotros y el Cristo resucitado.

Y el Señor sale y les dice, ‘Yo he resucitado, vayan y testifiquen de mi resurrección’. Ya los obstáculos de la vida no se ponían interponer entre esas mujeres y la gloriosa resurrección de Jesús. Y así nosotros, hermanos, podemos saber que todo problema en nuestra vida, toda dificultad en nuestra vida está vencida por la gloria de la resurrección.

Otro texto que nos afirma esto, yo lo encuentro en Efesios, Capítulo 1, versículo 17 al 21, donde el Apóstol Pablo ora, dice él:

“... para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo nos de a nosotros espíritu de sabiduría y de revelación, nos de entendimiento en otras palabras, para que sepamos cuál es la esperanza a que él nos ha llamado, y cuál es la riqueza de la gloria de la herencia que Dios nos ha dado a nosotros, y cuál la supereminente grandeza, es decir, aquí hay palabras repetitivas, la supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos....”

Fíjese, esperanza, riquezas, poder, todas esas cosas, según dice la operación del poder de su fuerza. ¿Qué es lo que hace posible la riqueza, la esperanza, el poder? La operación del poder de su fuerza. Dice;

“... el cual operó en Cristo resucitándole de los muertos y sentándole a su diestra en los lugares celestiales....”

En otras palabras, Dios quiere que tu sepas, mi hermano, mi hermana que el mismo poder que resucitó a Cristo de los muertos está dentro de ti ahora, y que tu puedes confrontar toda situación en tu vida porque el poder de la resurrección de Cristo se mueve en ti ahora, aquí y siempre. Recuerda eso. Es muy importante esa tercera consecuencia de la resurrección de Cristo.

En esta mañana, hermanos, resumo, tenemos que recordar que Dios quiere que vivamos vidas victoriosas por medio del poder que levantó a Cristo de los muertos. Su victoria sobre la muerte hoy nos garantiza victoria sobre la vida. Esta vida imperfecta donde la muerte asoma su cabeza por todas partes en el sufrimiento, en la enfermedad, en el pecado, en los conflictos, en los problemas económicos y familiares. Hermano, yo quiero decirte que todas esas piedras han sido removidas por medio del Cristo de la resurrección.

Ahora nosotros podríamos terminar aquí, yo podría cerrar este sermón, hacer un llamado, y ya ustedes podrían irse a comer jamón allá en su casa de Easter y a celebrar el resto del día, pero no tienen tal suerte se los voy a decir. Todavía queda un poquito más. Falta en realidad la parte más importante de este sermón, falta lo que yo llamaría la parte profética de este sermón.

Así que amárrense los cinturones ahí, póngase cómodo. Hermanos, Dios me ha dicho, lo voy a poner de esa manera, que les diga a ustedes en esta tarde lo siguiente, escuche bien, y este es el título de este sermón: ‘Las resurrecciones cuestan’.

Y Dios me dio ese texto de Filipenses 3:7 al 11 para fundamentar esta declaración y esta enseñanza que quiero dejar con ustedes. Y en la vida del Apóstol Pablo, en las palabras del Apóstol Pablo, tenemos ese llamado a da uno de nosotros en esta tarde a considerar el precio de vivir en el poder de la resurrección. Porque yo no puedo solamente declarar, ‘oh, sí tenemos el poder de la resurrección’, ¿cómo accedemos a ese poder? ¿Cómo aprendemos a usarlo? ¿Cómo nos convertimos en instrumentos de ese poder? ¿Cómo puedo yo aprender a usar la gloria de la resurrección? ¿Y qué tengo yo que hacer para que ese poder pueda caber dentro de mí y correr libremente a través de mí?

Pablo nos enseña tanto en sus palabras como en su vida. el Apóstol Pablo era un hombre que sabía vivir en el poder de la resurrección. Pablo muestra esto por su conducta victoriosa en su encarcelamiento. ¿Saben ustedes que Pablo escribe esta carta a los filipenses mientras está en una cárcel romana? Algunos historiadores dicen que estaba atado 24 horas al día por una larga cadena, siempre a un soldado romano. Y si iba al baño tenía que ir con ese soldado. Si comía tenía que comer con ese soldado. Si dormía, relevaban, siempre había un soldado pegado a él. Estaba en una mazmorra romana y por sus escritos sabemos que él no sabía si iba a salir con la cabeza encima de los hombros cuando terminara su prueba, no estaba seguro de su vida. Estaba allí esperando ser visto por el emperador y podían darle un fallo sí o no. Y de paso su vida sí terminó siendo ejecutado, no sabemos cuándo. Posiblemente no fue esta vez, pero en algún momento de vida Pablo sí terminó siendo ejecutado por su fe.

La mayoría de nosotros nos hubiéramos deprimido en circunstancias similares, pero de ese encarcelamiento de Pablo sale una de las cartas más hermosas y más llenas de gozo y de gracia que se han escrito en la Biblia y yo creo que en toda la literatura humana, la Epístola a los filipenses, de la cual yo estoy leyendo. Que se haya llamado la epístola del gozo, porque Pablo dice una y otra vez ‘regocijaos, otra vez os digo regocijaos, por nada estéis afanosos....’ dice el Apóstol Pablo, el Señor está cerca.

En otra parte dice, ‘vuestra gentileza sea conocida de todos los hombres, gloria al Señor...” Y en otra parte dice, “... en vez de estar afanosos, dejen conocer sus peticiones ante el Padre, dice, y el Dios de paz guardará vuestra mente y corazón en Cristo Jesús, Señor nuestro..” Gloria a Dios.

Pablo escribió una carta llena de ánimo, gozo, paz, mientras estaba en una cárcel romana. Ese es, hermanos, el triunfo de la resurrección, ese es el poder de la resurrección. La mayoría de nosotros se hubiera deprimido y hubiéramos tirado la toalla y hubiéramos dicho, bueno, I didn’t sign up for this. Yo no firmé para este tipo de sufrimiento.

El poder de Dios también se manifestó elocuentemente en la vida de Pablo a través de un ministerio glorioso y poderoso, una palabra luminosa, una revelación como ningún otro hombre recibió revelación en toda la historia, sanidades. Pablo caminaba, dice la Biblia, a veces en la calle y su sombra caía sobre alguien y esa persona era sanada, paños.

Sabe que Yiye Ávila no inventó lo de los paños esos, de orar por los paños para que la gente se sane. El primero que lo hizo fue Pablo, si lo hubiera hecho otro hubiéramos dicho, oh, eso es una locura, eso es oscurantismo. No, Pablo lo hizo, él oraba y pañuelos que él había usado tocaban a la gente y eran sanados. Un hombre poderoso, el poder de la resurrección, un evangelista tremendo.

Profecía salió de su boca, dones se manifestaron en todas las dimensiones. Pablo decía, ‘yo hablo lenguas más que todos vosotros...’ y no lo decía de una manera arrogante. El poder de la resurrección se manifestó en el Apóstol Pablo, tanto en su victoria sobre las adversidades y los problemas de la vida, y los sufrimientos como también en una vida poderosísima sobre el mal, y sobre la muerte y los demonios, y las enfermedades.

Pero ¿saben qué? hermanos, el poder no le llegó a Pablo fácilmente, tuvo que padecer mucho. Y aquí me voy adelantando en la materia que les estoy presentando. Pablo pagó un alto precio en sufrimientos, adversidad y todo tipo de pruebas que él tuvo que pasar a través de su vida y su ministerio.

Ahí tenemos en Segunda de corintios, Capítulo 11, versículos 23 y 29, un largo recuento, 7 versículos largos le tomó a Pablo enumerar todas las cosas que él tuvo que padecer en su ministerio:

“... azotes, persecución de los judíos, naufragios, encarcelamientos, lo apedrearon varias veces y lo dejaron por muerte...”

a mi me tiran una sola piedra y ya yo digo, ‘renuncio, me voy para mi casa.’ A Pablo lo apedrearon varias veces. Un hombre que padeció en carne propia lo que es la lucha del Evangelio. Él tuvo que pagar un alto precio. Yo me imagino que la gente habrá visto, ‘oh los enfermos se sanan por la sombra de Pablo y habrán dicho, oh, yo quiero eso’. oh, Pablo impone manos y la gente recibe el bautismo del Espíritu Santo como Simón el mago, que quería pagarle al dinero, y Pablo dijo, ‘tu dinero perezca contigo, tu no sabes lo que estás pidiendo’.

Muchas veces vemos el poder de Dios correr a través de una vida, vemos gente llena del Espíritu Santo, vemos gente viviendo vidas victoriosas, vemos gente reflejando el gozo del Señor en medio de los sufrimientos y los padecimientos y decimos, ‘guau, yo quiero eso’, pero a veces que detrás de eso hay un precio que se ha pagado. Hay mucho padecimiento, hay mucho sufrimiento, hay mucha prueba, hay mucho dolor que se ha pasado, hay mucho trato de Dios, hay mucho cortar sobre la mesa de operaciones para que esa persona llegue a la libertad, a la ligereza de espíritu, a la liviandad que le permite caminar victoriosamente la vida cristiana.

Hay mucho que sufrir en la fe, hermanos. ¿Saben lo que más le costó a Pablo? lo que más le costó a él fue el tener que despojarse de sí mismo, de su ilustre pasado, de su bagaje personal, de todo lo que él consideraba valioso e importante en la vida. En Filipenses 3:4 al 6, versículos anteriores a los que leímos, Pablo de su pedigrí, habla de sus logros y credenciales según la carne, humanamente hablando.

Pablo hubiera podido decir, ‘yo me gradué de la mejor universidad en EEUU, yo me gané un salario de 6 cifras, yo enseñé en el mejor seminario de todo EEUU. Yo era conocido como una persona de autoridad y los presidentes consultaban mi sabiduría’.

Pablo hubiera podido decir, ‘yo nací en una familia ilustre, la mejor familia de mi ciudad y pertenezco a un linaje familiar de gente noble con grandes títulos a su nombre’. Todas estas cosas Pablo podía decirlas porque fueron una realidad en su vida. él estudió con el mejor maestro de su tiempo. Él fue miembro del Sanedrín, se cree, el grupo más selecto de rabinos judíos que tenían autoridad civil además de autoridad espiritual. Él era un hombre de gran autoridad y tenía cartas para perseguir a la iglesia y encarcelar a la gente, porque tenía poder y tenía autoridad.

Y en Filipenses 3:7 al 8, esos versículos que nosotros acabamos de leer, él dice, hermanos, que ha tenido que dejarlo todo y considerar todo eso que para él era sus credenciales de grandeza, ha tenido que considerar todo eso como basura para ganar a Cristo. Estiércol es la palabra en el griego original, todo eso que tanto placer le da a un hombre, Pablo tuvo que despojarse de todo eso y considerarlo que como si eso fuera nada y peor que nada, como si fuera algo de lo cual había que huir porque era desagradable.

Pablo tuvo que echar a la basura toda su educación, su teología, su posición social, su familia para poder ser cristiano y entrar en un llamado apostólico. Si Pablo se hubiera aferrado a todo eso, hubiera vivido una vida entre comillas, normal, pero se hubiera perdido la gloria de su apostolado.

Hermanos, ¿cuántos de ustedes les gusta vivir una vida normal? A mí me encantaría vivir una vida normal. Yo les decía a los hermanos esta mañana que a veces cuando yo veo a esa gente despreocupadamente, leyendo una buena revista en Starbucks un domingo por la mañana mientras yo voy manejando hacia la iglesia para predicar y para servir al Señor durante el día, les confieso que a veces a mí me gustaría vivir una vida normal, de vez en cuando, aunque sea 8 domingos al año, poder levantarme por la mañana con unas pantuflas y leer todo el New York Times, desde la primera hasta la última página, y disfrutar de una vida, entre comillas, normal. Y cuando yo los veo a ustedes allí tan bonitos sentados, con su esposa, o su hermano, o su hija o lo que sea, tan relajados mientras yo estoy aquí sudando la gota gorda predicándole a ustedes, a mi me gustaría vivir una vida normal también.

Pero ¿saben qué? Yo he entendido muy claro que el que quiere moño alto tiene que aguantar jalones, dicen por allí. El que quiere gloria en Dios tiene que pagar el precio. El que quiere ser usado por Dios tiene que abandonar la idea de vivir una vida normal y cómoda, hermanos. El que quiere que el poder de Cristo corra a través de su vida, tiene que estar dispuesto a sangrar, tiene que estar dispuesto a sudar, tiene que estar dispuesto a derramar lágrimas, tiene que estar dispuesto a pasar noches en vela, tiene que estar dispuesto a buscar la unción de Dios, tiene que estar dispuesto a dejar cosas que ama y que no son malas en si pero que son un obstáculo para que la gloria de Dios corra a través de su vida.

El camino al poder, a la victoria, a la grandeza moral que le permite escribir la luminosa carta a los filipenses en la cárcel, es el haberse despojado de cosas atractivas que eran un impedimento para entrar en el poder del Cristo resucitado.

Si Pablo, cuando Cristo se le revela, hubiera dicho, ‘no Señor, si yo te acepto a ti mis colegas me van a dejar, mi familia me va a desheredar, mis hermanos judíos me van a perseguir, yo voy a ser un don nadie, voy a perder mis títulos, voy a perder mis credenciales, voy a perder mi salario, voy a perder mi posición social’, Cristo hubiera dicho, ‘está bien, Pablo, no te preocupes, sigue adelante nos veremos por allá en algún sitio, no creo que va a ser bueno pero nos veremos de todas maneras en un momento.’

Y Pablo hubiera podido vivir su vida normalmente pero se hubiera perdido esa gloriosa victoria de ser un hombre usado en una manera extraordinaria por el poder de Dios. Mire que los fariseos, los judíos en general prefirieron el confort de su religión y su cultura a la gloria de conocer y recibir al Mesías.

Pero ¿Qué pasó? Se quedaron en estériles. Su religión no tuvo el poder y de hecho vino la gran persecución romana que destruyó a todo Jerusalén y los judíos vagaron por el mundo por casi 2000 años antes de poder volver a su patria porque cuando usted se aferra a la vida ilegítimamente y usted prefiere su vida a la vida que Cristo da, paradójicamente usted pierde su vida.

Por eso Cristo dice, ‘el que pierda su vida la ganará y el que gane su vida la perderá’. El que quiere preservar su vida, el que quiere preservar su normalidad, el que quiere preservarse tal y como es y no está dispuesto a ceder su vida y las cosas que valora a Cristo, nunca llegará a conocer e valor de la resurrección.

Cristo dice que si el grano de trigo no cae a tierra y muere se queda solito, un solo grano, pero si muere, lleva mucho fruto. Ese es el misterio de la vida cristiana, hermanos, y yo quisiera tener lengua de poeta o lengua de ángel para decirles una y otra vez, hermanos, ese es el corazón de la vida cristiana. El hecho de dejar cosas que amamos y que son importantes y ponerlas sobre el altar para que nosotros podamos experimentar el poder de la resurrección en nuestras vidas. Lo que amamos, lo que valoramos, lo que nos importa, tenemos que estar dispuestos a dárselo al Señor para que la gloria de Dios pueda moverse en nosotros.

Cuando Dios le pidió a Abraham que le entregara a su hijo, su único hijo a un hombre de ciento y pico de años, que tiene un solo hijo que ha esperado toda su vida y Dios se lo ha dado, y al final de su vida Dios le dice, ‘entrégame ese hijo y sacrifícamelo’. Abraham le hubiera podido decir, ‘No, Señor, gracias yo amo a mi hijo demasiado, tu me lo diste, ahora me lo voy a disfrutar hasta el último día’, y hubiera podido hacerlo. Pero Abraham no le negó a Dios su único hijo, y ¿saben qué? Dios le dijo ‘Abraham, está bien’. Cuando Abraham ya iba a meterle el puñal a su hijo, Dios le manda un ángel que le diga ‘No, Abraham, ya, y por cuanto no estaba dispuesto a negarme tu hijo, como estabas dispuesto a dármelo, yo te voy a bendecir de manera que tu descendencia va a ser tan numerosa que si el mar con su arena no se puede contar, sus granos de arenas, así tampoco se podrá contar tu descendencia’.

Y durante miles de años toda una humanidad ha descendido espiritualmente de ese hombre de fe que se llama Abraham. Porque estuvo dispuesto a despojarse de lo que amaba.

Filipenses 3:7 al 9, los primeros 3 versículos que yo leí son un preámbulo al versículo 10 que es el más importante todos. El versículo 10 dice aquí:

“... a fin de conocer a Cristo, a fin de conocerle, dice, y el poder de su resurrección y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte.’

Tres o cuatro cosas importantes: a fin de conocerle, el poder de su resurrección, la participación de sus padecimientos, y llegar a ser semejante a él en su muerte.

Mire esto, a fin de conocer a Cristo. Para conocer a Cristo hay que caminar el mismo camino que él anduvo, dice la palabra del Señor. ¿Y cuál fue el camino que Cristo anduvo? Léase Filipenses Capítulo 2, versículo 5 al 11, donde dice allí que Cristo, siendo igual a Dios no se aferró a ser igual a Dios sino que se despojó a sí mismo, se vació a sí mismo en obediencia al Padre, para salvar a la humanidad y vivió una vida de humildad, de obediencia, de sujeción a la voluntad del Padre. Y eso es lo que nosotros tenemos que hacer, si queremos tener el poder, si queremos conocer a Cristo, tenemos que conocerlo en lo que él anduvo, en el camino que él anduvo y eso quiere decir que tenemos que vivir de la misma manera, en humildad, en sujeción al Padre, en obediencia, en santidad, en darle al Señor todo lo que él quiera de nosotros.

Jesús decía que él no hablaba nada sino lo oía primero de su Padre, y no hacía nada si su Papá no se lo mandaba. Oh que nosotros podamos andar en esa obediencia en nuestra propia vida. Hermanos, mi deseo y tu deseo debe ser siempre darle al Señor todo lo que él nos pida, entregarle al Señor todo aquello que se interponga entre él y nosotros. ¿Cuántos pueden decir amen a eso? Hermano, que tu vida sea un continuo desangrarte, un continuo despojarte, que tu camino y el rastro que tu dejes en tu vida sea simplemente soltando cosas, que la gente pueda seguir tu camino y sepas donde tu estás porque detrás de ti, tu vas dejando cosas que no agradan al Señor, porque tu estás comprometido a que tu vida sea una vida de entrega total al Señor, de despojo continuo para que tu puedas conocer a Jesús. Si queremos conocer a Jesús tenemos que andar como él anduvo.

Y entonces Pablo añade, dice, “... y quiero conocerle a él y el poder de su resurrección....

Para conocer el poder de la resurrección hay que despojarse de muchas cosas que amamos pero que son obstáculos. Al poder de la resurrección no se llega sino por medio de someternos a la disciplina divina y al entrenamiento del soldado cristiano. Si tu quieres el poder de la resurrección, hermano, dale al Señor cosas.

Muchas veces nosotros decimos ‘oh sí yo quiero conocer a Cristo’, pero nos aguantamos cuando podemos hacer algo a favor del Reino de Dios. Yo veo a estos hermanos aquí hermosos adorando al Señor y bendiciéndonos con su música y su presentación pero ¿sabe usted que detrás de este momento glorioso hay horas, y horas de ensayo? Hay mucho trabajo, se han invertido literalmente, si usted suma las horas, yo diría, cientos de horas en ese momento glorioso. Gente ha tenido que preparar cánticos, músicos han tenido que venir en la noche a ensayar, y ha tenido que invertirse dinero y tiempo y muchas otras cosas. Óigame, pero qué gloria se desprende de esa inversión. Y yo digo, oh, si el pueblo de Dios entendiera eso, si el pueblo de Dios entendiera que dentro de ti hay un depósito de gracia, de poder, de energía que Dios quiere usar, pero te vas a tener que desangrar, vas a tener que pagar un precio, vas a tener que incomodarte, vas a tener que sacrificar tu privacidad, vas a tener que salir de tu casita deliciosa a una temperatura sub-congelada para venir a la casa del Señor.

Vas a tener que ir a tus clases de discipulado, vas a tener que levantarte media hora antes por la mañana para leer la palabra de Dios y tener un tiempo devocional. vas a tener que llevar a tu hijito, tu hijita al culto de los jóvenes cuando tu querrías quedarte en tu casa porque es viernes en la noche, ya tu has pagado el precio toda la semana trabajando y eso es lo que quieres hacer, pero tu dices, ‘no, buscad primeramente el Reino de Dios y su justicia, las demás cosas vendrán por añadidura. Y yo quiero que mi hijo, que mi hija reciba la palabra de Dios, yo voy a invertir en eso, que cuando tu iglesia tiene una necesidad financiera, tu das porque tu sabes que tu Padre celestial es más que fiel para reponerte todo lo que tu inviertas en el Reino de Dios, que en vez de tu deleitarte con cosas que no agradan al Señor, en lecturas indebidas y en entretenimientos que te empobrecen espiritualmente, tu dices, ‘no, yo voy a ayunar de esas cosas para que la unción de Dios pueda correr con más poder y más libertad a través de mi vida’. Y tu vives una vida de perpetuo ayuno porque están siempre entregándole cosas al Señor porque tu quieres conocer a Jesús y conocerlo en el poder de su resurrección.

Yo he aprendido que en la medida en que yo me vacío y le doy al Señor cosas que yo amo, el Señor corre con más poder y más facilidad a través de mi vida, y yo experimento más el gozo del Señor, y corro la carrera de la fe con más ligereza, y Dios me puede usar más, y disfruto más del poder de Dios que corre a través de mi. Y veo el privilegio de servir al Señor en vidas que se salvan.

Todos nosotros queremos dar fruto, todos nosotros queremos ver la bendición de Dios correr a través de nuestra vida. Hay un precio que pagar, hay que vaciarse, hay que despojarse, hay que sufrir, hay que confesar, hay que abandonar, hay que dejarse cortar sobre la mesa de operaciones del cirujano divino, hay que vivir como un muerto en vida, hay que despojarse de cosas. La vida cristiana debe ser una vida de perpetuo despojamiento, de perpetuo ayuno, pero ¿saben qué? Pero aún mientras tu te eximes de disfrutar esas cosas, hay un disfrute espiritual que tu sientes en tu corazón y que tu te ves ser un padre, una madres espiritual y tu ves el poder de Dios manifestarse en tu vida, y tu puedes decir, ‘yo conozco a Cristo y lo conozco en el poder de su resurrección, porque yo veo su resurrección manifestarse a través de mi vida’. A la vida de fruto, de efectividad, de victoria, de poder no se llega sino por medio de entrega continua.

Y Pablo añade finalmente, “....y la participación de sus padecimientos...”

Nosotros podemos decir Amen a conocer a Cristo, podemos decir amen al poder de la resurrección, ¿pero cuántos podemos decir amen a la participación de sus padecimientos? Ahí es como que calladitos nos vamos separando de esa declaración. Pero Pablo dice quiero conocerlo en la participación de sus padecimientos. ¿Por qué? Porque para conocer el poder de Cristo de la resurrección, hay que conocer los padecimientos del Cristo de la crucifixión.

Termino con una ilustración de Romanos, Capítulo 6 versículos 5 al 8. El mismo Apóstol Pablo que escribe lo otro, dice:

“...porque si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección....”

¿Usted ve aquí hermano, unido la muerte con la resurrección? ¿Sabe usted que cuando nosotros nos bautizamos en las aguas, y nos sumerge el pastor en las aguas, y hace así, nosotros entramos bajo las aguas, y por un instante nos perdemos al mundo.

En la teología cristiana ese instante de inmersión en las aguas es como morir y cuando el pastor lo saca de nuevo es el momento de la resurrección: muerte y resurrección están unidos en la vida cristiana.

Y Pablo añade, “... sabiendo esto que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él para que el cuerpo del pecado sea destruido a fin de que no sirvamos más al pecado...”

Hermanos, Pablo dice nuestro viejo hombre, nuestra vieja naturaleza, nuestros viejos pre requisitos, y privilegios y preferencias, todo eso ya fue crucificado, fue neutralizado, fue matado, en otras palabras, por lo menos en el espíritu y el pecado que nos ataba, tenemos que cada día someterlo más y más al cuchillo de Dios, todo lo que impida que la naturaleza divina se manifieste en nosotros.

Dice, “... porque el que ha muerto ha sido justificado del pecado y si morimos con Cristo creemos que también viviremos con él....” ¡Aleluya! Dice, “... así también vosotros consideraos muertos al pecados pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro.”

En otras palabras, hermanos, hay que morir para vivir, hay que ser crucificado para ser resucitado, hay que vivir el viernes de la crucifixión para participar del domingo de la resurrección.

Voy a pedir que los músicos vayan pasando por acá. Hermanos, en un día como hoy, domingo de resurrección se predican muchas superficialidades en las iglesias, se levanta mucho polvo, se hacen muchas declaraciones, se celebran muchos privilegios de la resurrección pero muchas veces no se aclara el principio que hay detrás y por eso hay mucho creyente que no está viviendo en el poder de la resurrección aunque nos dicen continuamente que ese es nuestro domicilio espiritual. Porque no se nos aclara que hay un camino al poder de la resurrección y es el camino del auto despojo, vivir una vida consagrada al Señor, no más gracia barata, no más querer ser gente de poder y de prosperidad, si no somos gente de crucifixión, si no somos gente de santidad, si no somos gente de consagración, si no somos gente de servicio, si no somos gente de devoción, si no somos gente de lectura de la palabra, si no somos gente de ayunar, si no somos gente de entregarle al Señor los hábitos que amamos y las prerrogativas y los privilegios que amamos, si no somos gente que cuando el Señor me dice, o te dice, ‘mira, eso no me agrada’, enseguida decimos, ‘Claro Señor, tómalo, tómalo, no te preocupes. ¿Qué más, te puedo dar algo más? No importa que sea la cosa que más amamos, el que vive así vive una vida de poder y todos nosotros tenemos cosas que tenemos que entregarle al Señor.

Diga amen. Yo soy el primero. Usted me ve aquí arriba predicando esto y yo digo, ‘Señor, me escandalizo de lo que estoy diciendo’ porque el primero que es cortado por lo que predico soy yo.

A mi me asusta predicar muchas veces de esta manera porque yo digo, ‘Padre, me he subido bien alto, si me descalabro de allí no me pueden recoger los pedazos. Es una alta enseñanza, es un gran mensaje que nos corta a todos nosotros.’

Hermanos, yo tengo una palabra profética y se la voy a leer, un párrafo: hoy Dios nos dice, congregación León de Judá, escucha esto bien, escucha esto bien. Esta es la palabra de Dios para ti y para mí. Hijos, yo quiero soltar el poder de la resurrección de mi Hijo sobre ustedes pero necesito que me entreguen sus vidas, que se sometan a mi trato, que me dejen operar sobre ustedes y cortar muchas cosas que no son de mi agrado. Estas cosas impiden que mi poder corra libremente a través de ustedes y que ustedes puedan experimentar el poder, el fruto, la victoria continua de una vida resurrecta. Anden por el mismo camino que mi Hijo anduvo, el camino de la obediencia, la santidad, la auto entrega, el despojo de sí mismo, la consagración total a mi voluntad. Si están dispuestos a hacer esto entonces yo entraré con todo el poder de la resurrección y haré posible que ustedes puedan vivir en ese mismo poder por el resto de sus vidas.

Esa es la palabra del Señor para ti y para mí en esta tarde, palabra del Señor, palabra profética del corazón de Dios. Yo quiero que tu bajes tu cabeza y ores conmigo. Lo primero que tenemos que hacer es confesarle a Dios que no estamos viviendo a ese nivel, pero queremos hacerlo. Así que dile:

“Padre, aunque no he vivido a ese nivel, pero quiero vivir a ese nivel, ayúdame. Yo reconozco que es allí donde tu me necesitas. No más cristianismo barato, no más cristianismo religioso, no más cristianismo simbólico. Yo quiero vivir un cristianismo auténtico, un cristianismo de batalla, de trinchera. Yo quiero vivir un cristianismo como mi fundador, quiero vivir a la altura del supremo llamado en Cristo Jesús. Quiero ser un soldado que pelee la batalla legítimamente con las armas de Dios, en el estilo de Dios, en la trinchera de Dios padeciendo como mi fundador, pagando el precio, caminando como él anduvo’.

Dile así al Señor y dile ‘yo sé que no he estado a la altura pero quiero estar a la altura, y declaro mi vida sometida a Cristo. Me arrepiento de aferrarme a lo que me gusta, pero que impide que yo entre en todo el poder de la resurrección. Me arrepiento y lo entrego.’

Y ahora Padre, te pido ayúdame a vivir una vida victoriosa, a ser un hombre, una mujer luminosa, a ser una persona íntegra, ética, que refleje el carácter de mi fundador, de mi Maestro, mi rabino, mi Señor, que yo honre a mi Maestro con la vida que yo viva. Entrego todas mis prerrogativas al Señor ahora.

Y por último yo quiero invitar a cualquier persona que haya venido en este día y que todavía no ha entregado su vida al Señor. Esta oración que acabamos de hacer es para todos los que están en la fe, que necesitan ir a un nivel más alto. Pero hay algunos que todavía no están en la fe y necesitan entrar en la fe del Hijo de Dios y necesitan entregar su corazón a Jesucristo y decir, ‘Yo también me uno ahora a esa vida cristiana’.

Y yo quiero invitarte a ti a reflexionar un momento. Si todavía no has entregado tu vida a Jesús yo quiero que tu salgas de aquí habiéndolo hecho, porque es un gran privilegio y es una gran bendición y va a soltar una vida y un poder y una transformación maravillosas, nunca vas a ser el mismo o la misma después de eso. Así que yo quiero invitarte en esta tarde, si eres joven, si eres adulto, si eres anciano, hombre, mujer, a considerar entregar tu vida al Señor y como Pablo lo hizo en el camino a Damasco, cuando el Señor lo llamó él dijo, ‘¿qué quieres que yo haga?’ Y el Señor le dijo, ‘Vete a un tal sitio, allá se te dirá lo que tienes que hacer’.

Y cuando tu aceptes a Jesús el Señor te va a decir, ‘Mira, yo te voy a esconder por un tiempo y yo te voy a decir lo que tu tienes que hacer de aquí en adelante. Vamos a tener tratos tú y yo, y yo te voy a enseñar el camino que debes andar, y yo te voy a ceñir y te voy a llevar donde tu quizás no quisieras ir, pero confía en mí porque yo te voy a llevar a un lugar seguro y mis tratos contigo van a ser buenos y yo te voy a bendecir más de lo que podrías ser bendecido sin mí.’

Así que yo quiero invitar, yo quiero hacer un llamado en esta tarde, si hay alguien en este lugar que no ha recibido a Cristo como Señor y salvador, quiero pedirte que tengas el valor de levantar tu mano ahora mismo y ofrecer tu vida al Señor Jesús.

¿Habrá alguien que quiera entregar su vida? Yo bendigo esa mano que se levanta aquí a mi izquierda. ¿Habrá alguien más? Yo se que hay algunos más aquí y quiero invitarles. Dios te bendiga, mi hermana, alguien más. Este es un tiempo precioso, qué mejor día para recordar que hoy yo le entregué mi vida al Señor, que el día de resurrección. Te marcará por el resto de tu vida.

Levanta tu mano y entrega tu vida al Señor. Tenga el valor. Muchos no entregan sus vidas.... este jovencito aquí también, muchos no entregan su vida.... allí detrás también, a Cristo porque dicen, ‘me da vergüenza, no quiero hacer esto delante de tantos extraños. Ah, eso es para evangélicos’, pero quieren hacerlo, en su corazón sienten un toque del Espíritu Santo, quieren hacerlo. Hay una lucha. Ahí comienza, hay que sacrificar cosas. Hay que entregar la dignidad, el sentido de elegancia, privacidad, autoridad que uno tiene. Todas esas cosas hay que ponerlas a los pies del Señor.

Humíllate, entrégate al Señor. ¿Habrá alguien más? Levanta tu mano. Yo te bendigo hermana, aquí. ¿Hay alguien más? Yo se que atrás también, reconozco esa mano. ¿Hay por aquí alguien? Allí detrás también, Dios te bendiga. ¿Alguien más? Yo sé que hay otros aquí.

Hermano, esto es serio y es un tiempo precioso, una oportunidad preciosa, no se lo pierda. No se pierda esa bendición. Aquí alguien creo que levantó la mano. Qué bendición. Yo sé que hay otros más que quieren entregar sus vidas al Señor. Gloria a Dios.

El Señor los ve, yo quizás no los veo pero el Señor los está viendo, no se preocupe. Si hay alguien. Quiero comenzar a invitarles, pasen aquí adelante y quiero que alguien de los que están cerca de ellos, un cristiano ya entregado venga y los acompañe. Venga por acá. Todas esas manos que se levantaron, vengan ustedes por acá un momentito. Eso es parte del morir, parte de entregar, parte de sangrar, parte de atreverse. Hermanos, y en eso hay bendición. Ahí comienzas tú a morir ya, ahí comienzas el camino de la obediencias, ahí comienzas el camino de conocer lo que es despojarse de cosas que tu amas.

Ven aquí al altar. Vengan aquí muchos al altar de Dios. Vengan aquí ahora y entreguen su vida al Señor. Y quiero que, hermanos, oren con ellos. Hermanos y hermanas en la fe, vengan y oren con ellos, oren con ellos y declárenlos miembros del Reino de Dios. ¡Aleluya!

Si hay alguien más, ven corriendo aquí y entrega tu vida al Señor. Y quiero que este sea un momento precioso de solidaridad con aquellos que entregan su vida al Señor. Que no se quede alguien sin cobertura espiritual ahora mismo.

Praise the Lord. Gloria al Señor. Venga por acá rápidamente. Venga por aquí y ore por su hermano, o venga usted y reciba a Cristo y entregue su vida al Señor Jesús. La unción de Dios está aquí para salvar, para sanar, para liberar y para hacer cosas transformadoras, así que hay tiempo. Pasen por acá.

Let the spirit touch your life. Commit your life to the Lord. Let him walk with you and you walk with him and let him do his work. Don’t try to do his work for him. Let him do the work. You may have too many doubts in your mind as to what’s going to happen, how it’s going to take place. Don’t worry about that. Just come and yield your life before Jesús.

¡Aleluya! ¡Aleluya! Entrega tu vida al Señor. Y yo quiero que ustedes, hermanos y hermanas, oren conmigo esta oración. Escuchen y repitan conmigo calladamente. Di conmigo:

Señor Jesús, entrego mi vida a ti y abro mi corazón y te recibo como mi Señor, mi dueño, y mi salvador. Reconozco que tú eres el Hijo de Dios y que tienes poder para salvarme. Y reconozco que tu resucitaste al tercer día y que estás sentado a la diestra de Dios y hoy yo declaro que mi vida te pertenece y me arrepiento de mis pecados y pido perdón por ellos. Quiero caminar contigo y que tu camines conmigo. Entra a mi corazón, entra a mi corazón y siéntate en el trono de mi vida.

¡Aleluya! hermano, Cristo dice que si alguno le abre la puerta él entra y él va a cenar contigo y tu con él. Recuerda eso. y quiero pedirte otra cosa más ahora, escucha. Invita al Espíritu Santo a entrar a tu vida, porque cuando entra Cristo también el Espíritu Santo quiere entrar. Cristo quiere bautizarte con Espíritu Santo y fuego, dice la palabra. Él quiere instalar dentro de ti el poder de la resurrección. Él quiere que su Espíritu Santo corra a través de ti para que tu puedas vivir una vida victoriosa.

Él no quiere que tu vivas a la defensiva, comiendo de cucharita. Él quiere que tu te sirvas con la cuchara grande. Él quiere matar el becerro gordo y celebrar fiesta contigo. Él quiere que tu caminar cristiano sea un caminar abundante, y por eso pídele al Señor que te bautice con el Espíritu Santo ahora mismo. Di, Espíritu Santo, dile, Espíritu Santo bautízame. Di, Espíritu Santo lléname. Espíritu Santo entra en mi vida y corre a través de mí como ríos de agua viva.

Ahora yo digo, recibe el bautismo del Espíritu Santo. Y di conmigo, lo recibo. Di conmigo, recibo el bautismo del Espíritu Santo. Di conmigo, recibo la llenura del Espíritu Santo. Y ustedes oren por ellos para que reciban esa llenura del Espíritu Santo.

Yo declaro que al ustedes decirlo, declararlo y recibirlo, eso se hace una realidad ahora mismo, en el nombre de Jesús, yo declaro cristianos victoriosos, cristianos poderosos, cristianos transformados, cristianos electrificados por el poder del Espíritu Santo.

Así que tienes dos personas dentro de ti: tienes el Hijo y tienes el Espíritu Santo y el Padre también se mete allí contigo. Tienes la Trinidad completa. Recuerda eso, el Espíritu Santo está dentro de ti para que salten ríos de agua viva de tu interior, para que haya entendimiento de la palabra de Dios, para que haya poder para servir al Señor. Declaro la llenura y el bautismo del Espíritu Santo. Recíbelo y adora al Señor ahora. Dile gracias y profetiza y adóralo. Dile gracias al Señor, tienes autoridad ahora para hacerlo. Ya no eres un novato, no eres una persona que se está allegando, tú eres un miembro fidedigno del Reino de Dios así que puedes adorarlo. Comienza a adorarlo, estrena tus nuevas armas ahora y dile, te adoro, Señor, te bendigo y te doy gracias. Me declaro libre, me declaro sano, me declaro lleno del espíritu. Gloria, glorifica al nombre del Señor. ¡Aleluya! Gloria al nombre de Jesús. Dios es bueno y para siempre su misericordia, están llenos del Espíritu Santo y están llenos del espíritu de Jesucristo. Hermanos, sean bendecidos en este día y llénense ustedes también de la gloria de Dios en esta tarde. Amen y amen.