Engañosa es la gracia y vana la hermosura

6 de septiembre del 2010 - Por Meche López-Miranda

Durante una reciente visita a una librería pasé frente a la sección de los audio-libros. Uno captó mi atención porque tenía una foto de la comediante Joan Rivers en la carátula. El título no merece ser repetido aquí porque es un tanto vulgar, y porque expresa un leve desprecio hacia los hombres. El tema principal del libro es que la mujer debe hacer todo lo que esté a su alcance para conservarse y aumentar su atractivo físico. Este gran consejo viene de una mujer que ya ha perdido la cuenta del número de cirugías plásticas a las que se ha sometido. Según el resumen de la carátula Rivers explica con detalle cómo decidir qué tipo de cirugía es más conveniente y en qué consiste basado en su propia experiencia.

Creo que es importante cuidar nuestra apariencia y nuestra salud, de manera que nos veamos y sintamos óptimamente hasta que el Señor nos llame a Su presencia. Pero me preocupa que también nos hemos contaminado con la vanidad del mundo en este aspecto. Este énfasis exagerado no sólo se manifiesta en la cantidad de tiempo y recursos que le dedicamos a la belleza externa. También se manifiesta en el rechazo propio porque nuestro rostro o cuerpo no se conforman al ideal del siglo veintiuno. Hay demasiadas mujeres sufriendo inseguridades innecesarias porque subestiman la belleza única que Dios les regaló y persisten en compararse con otras mujeres. Muchas tristemente viven obsesionadas con lograr verse de tal o cual manera para ganarse la atención del sexo opuesto, aún cuando tengan que comprometer en alguna manera sus valores al revelar más de lo apropiado.

Una querida amiga mía se dedicó con mucho éxito al estilismo. Un día en que visité su salón, entre el corte y el secado, entablamos una interesante conversación. Compartimos ideas acerca de qué es lo que hace a una mujer verdaderamente atractiva. Jenelle me decía que en sus años en el negocio de la belleza había visto mujeres que a los ojos del mundo cualificaban como mujeres muy bellas. Pero, a su entender, carecían de verdadero atractivo porque las expresiones de sus rostros y su trato indicaban malas actitudes. Por otro lado, había conocido muchas mujeres quizás no tan agraciadas físicamente que irradiaban belleza. La belleza de sus corazones hermoseaba sus rostros y las hacía atractivas. Mi amiga y yo concluimos que es en el corazón donde se origina la belleza genuina y perdurable de una mujer. Hace dos mil años el apóstol Pedro lo expresó así:

Vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de adornos
de oro o de vestidos lujosos, sino el interno, el del corazón, en el
incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de gran
estima delante de Dios.

Así que, querida amiga, sí cuida de tu apariencia pues es un regalo para ti misma y para los demás. Discierne qué valores mundanos se han infiltrado en tu alma con relación al tema de la belleza externa. Recuerda lo que la Palabra te dice en Proverbios 31:30:

Engañosa es la gracia, y vana la hermosura;
La mujer que teme a Jehová, ésa será alabada.

Y finalmente, sigue cultivando la belleza del corazón pues es lo que el mundo necesita y lo que trae deleite al corazón de tu Padre Celestial.

Oración
Amado Padre, gracias por mi cuerpo y mi rostro. Perdóname por las veces que he sido excesivamente crítica conmigo misma, y por las veces que me he comparado con los ideales de belleza establecidos por la cultura secular. Guíame a establecer balance entre el cuidado de mi “atavío externo” y el cultivo de mi “atavío interno”. Reconozco, Padre, que la única belleza que perdura es la que tú depositas en mi corazón. Sigue conformando mi corazón al tuyo. Gracias por aceptarme tal y como soy.