El cetro de la maldad no permanecerá en la tierra dada al justo

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Transcrito de la reflexión dada en "Sanando a Nuestra Ciudad – Servicio en memoria a las victimas del Maratón de Boston" 18 de abril, 2013 en Boston MA (English Version)

Mientras oraba sobre que iba a compartir esta mañana, las palabras confortadoras del salmista vinieron a mi mente:


“No prevalecerá el cetro de los impíos
sobre la heredad asignada a los justos,
para que nunca los justos extiendan
sus manos hacia la maldad.” Salmo 125:3


Como hemos comprobado tan gráficamente esta semana, la maldad sí existe en este mundo. Pero las Escrituras nos aseguran que Dios también le ha puesto un límite. Tan solo se puede manifestar por un momento, pero luego tiene que cederle el espacio a un Poder más Alto y Noble, quien a final de cuentas ejerce todo el control.

 

Esta es la razón por la cual nos reunimos en un momento como este, como gente de fe — para ir más allá de la dimensión inmediata de terror, muerte y pérdida, y elevar nuestra mirada a esa esfera sagrada, para ubicar esta terrible tragedia en un contexto más alto, en una luz más brillante que la redima e impregne con elementos de esperanza, amor y unidad.

Si no pudiésemos navegar hasta esa dimensión en donde el Bien infinito se sienta en Su trono, mirando fijamente con amor a esta ciudad, condoliéndose con aquellos que literalmente han perdido su vida o sus extremidades, entonces quizá la maldad hubiese alcanzado la victoria que buscaba tan ineficazmente en el Día de los Patriotas.

Pero somos gente de fe. Creemos en un Dios benévolo que sostiene con una mano estable la historia; quien aunque permite que el odio y el fanatismo tengan su momento, también ha declarado una y otra vez, a través de las muchas voces de creencias mileniales, que al final el bien prevalecerá; que, sí, “el llanto podrá permanecer por la noche, pero el gozo viene en la mañana” (Salmo 30:50).

Eventos como el que nos rozó esa tarde soleada de lunes, un par de días atrás, nos recuerdan que vivimos en un mundo misterioso, en donde un Dios amoroso y soberano algunas veces permite que una pequeña chispa de energía negativa penetre nuestro ámbito, pero tan solo para ennoblecernos, y para extraer de nosotros una medida aún mayor de generosidad y bondad.

El dilema de la maldad es que aún mientras lleva a cabo su trabajo obscuro y siniestro, siempre termina reforzando el bien y haciendo resplandecer con más fuerza la misma luz que tan desesperadamente trata de extinguir.

Todos hemos sido inspirados por las imágenes y las anécdotas de heroísmo y bondad que surgieron desde el primer momento que ocurrió esta terrible tragedia: En nuestra debilidad, nos hemos hecho más fuertes. En nuestros sufrimientos, hemos sido inspirados a orar los unos por los otros. En nuestras heridas, hemos extendido consuelo. En nuestra diversidad, nos hemos unido. En nuestra perplejidad, hemos sido inspirados a correr hacia Dios, y a recordar que no importa cuán fuerte, veloces o exitosos seamos, somos, a la larga, frágiles hijos de la eternidad, capaces de encontrar verdadera esperanza y consuelo solamente en el abrazo del Padre, en la dimensión de la oración y la humildad espiritual.

En esa paradoja de debilidad en la que hemos entrado podemos hacernos más fuertes, mejores canales para que la gracia de Dios fluya en este mundo caído.

Tenemos que admitir que esto es un débil consuelo para aquellos que actualmente se encuentran en una cama de hospital contemplando una vida que ha sido irrevocablemente transformada, o que lloran la pérdida o el sufrimiento de un ser querido herido. Oramos, sin embargo, para que ellos también reciban la gracia para ver más allá de este momento de sufrimiento, y para creer que sus vidas están aún muy lejos de haber terminado; para que puedan ponerse de pie sobrepasando su dolor y su perdida y convertirse en seres humanos espiritualmente más fuertes y más agiles; para que puedan encontrar plenitud de vida y felicidad y alcanzar la realización personal en la nueva normalidad del mundo en que habitan.

Ojalá que nunca permitan que la amargura o el odio se posen sobre sus almas por más de un breve momento. Permita Dios que reciban la paz que sobrepasa todo entendimiento. Que puedan traducir en su propio lenguaje espiritual las palabras de tranquilidad del apóstol Pablo:


¿Quién nos separará del amor de Cristo?
¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada?
Como está escrito:
Por causa de ti somos muertos todo el tiempo;
Somos contados como ovejas de matadero.
Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó.
(Romanos 8:35-37)


El amor de Dios todavía tendrá la última palabra. Dios no se ha olvidado de Boston. Dios no se ha olvidado de nuestra nación. Él sencillamente teje un tapiz hermoso y radiante que incluye unos cuantos hilos oscuros.

 

Por fe, abandonaremos este lugar sagrado y continuaremos con la noble narrativa de patriotismo, sacrificio personal y esfuerzo sencillo que fue interrumpida por un momento por la maldad impotente, pero que ahora ha de continuar, más rica, más densa y más penetrante que antes.

Permita Dios que nuestra fe sea fortalecida, y que abandonemos este lugar con esa convicción. Que Dios nos bendiga a todos. Amén.