Si tu corazón está dispuesto a servir al Señor, él te va a bendecir

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Voy a tomar esta oportunidad para testificar de la grandeza de mi Dios. He pasado unos tres o cuatro años visitando el templo de Dios aquí en este lugar, gozándome con ustedes, Aleluya.

Quizás se pregunten quién será y quién es esta mujer. Pero quiero decirles que antes de mis 15 años yo recibí a Cristo como mi Salvador. Gloria al Señor. Para mí, hermano, eso fue un cambio de vida. Radicalmente. Bendito sea el nombre del Señor. Dios llegó a mi corazón y sentí la necesidad de que otros sintieran lo mismo que yo sentía.

Gloria en nombre del Señor. Y mi deseo era hablarle a la gente de Dios. Y aunque no tenía palabra pero Dios me daba la palabra y les decía: “Cristo me salvó. Yo siento al Señor en mi corazón”. Gloria en nombre del Señor. Y algunas de las amigas se reían, se mofaban, pero yo alababa al Señor. Yo alababa al Señor porque lo sentí en mi corazón. Lo sentí en mi vida. Lo sentí a cada momento. Gloria en nombre del Señor. Gloria en nombre del Señor. Me vi, el Señor me puso a caminar por ciertos lugares, Aleluya, que yo no había visto. Gloria al Señor. Y el saludo que le daba la gente era “Cristo salva”, Cristo salva. Gloria en nombre del Señor.

Luego, como joven al fin, tuve que quedarme en la casa por unos días porque mi mamá me decía: “tienes que esperar que el pastor te envíe, tienes que esperar que te bauticen, tienes que esperar”. Por obediencia me senté en un banco a esperar. Gloria en nombre del Señor. Pero no podía, hermano, no podía. Yo sentía un fuego que me quemaba. Gloria en nombre del Señor, Aleluya. Yo le decía: “Es que no puedo”. Bendito sea el nombre de Dios. Conquisté a una hermana más fuerte que yo en edad, le dije: “Yo quiero que vayamos a un lugar a predicar la palabra”. Gloria en nombre del Señor. Todavía no estoy bautizada ni estoy doctrinada ni nada, pero era que no podía estar en el banco sentada, hermano.

Sentía algo que me movía, algo que me paraba. Gloria en nombre del Señor. Y ella me dijo: “Mira, en Cristo Rey yo tengo una amiga. Vámonos para allá a predicar”. Y un día, arrancamos para allá. Cogimos una guagüita que allá le dicen “Muévela”. Y nos subimos en esa “muévela”, hermanos, Gloria en nombre del Señor. Y me llevó, era una loma o es una loma. Gloria a Dios. La amiga no sé ella saludando o se me desapareció, no sé dónde fue a tener pero yo miré así la loma y yo le dije: “Señor, si tú quieres que yo vaya, yo voy”. Y empecé a subir la loma gateando y alabando al Señor. Mientras yo ponía un pie, yo decía: “Gloria a Dios”. Bendito sea el nombre del Señor. Y ahora los “Gloria a Dios” no se oyen. Ahora no se oyen los “Gloria a Dios”. Aleluya.

Pero antes se alababa a Dios. Aleluya. Bendito sea el nombre del Señor. Hasta que subí arriba. Cuando subí arriba, le dije: “Ay, Señor, ¿Y dónde está la amiga? ¿Qué es lo que voy a hacer, Señor?“ Aleluya. Pero llegué a una casita ahí. Son casuchas. Vi unos niñitos. Unos cuantos niños. Lo que hice fue recoger niños y darles una escuela bíblica. Yo siempre andaba con un panderito y agarré mi panderito y les di una escuela bíblica a los niños. Había un corito que era muy común que se llamaba, o se llama el coro “Vive el Evangelio”. Vive el Evangelio del amor y vive el Evangelio del amor. Y vive el Evangelio que nos da la salvación. Y vive el Evangelio del amor.

Y vive el Evangelio del amor. Y vive el Evangelio del amor. Y vive el Evangelio que nos da la salvación. Y vive el Evangelio del amor. Y vive el Evangelio en tu corazón. Y vive el Evangelio en tu corazón. Y vive el Evangelio – Y vive el Evangelio. Amén.

Gloria al Señor. Les canté ese corito a los niños. Bueno, hermanos, y para no extenderme quiero decirles que dejé una congregación allí. Ya había unos ocho miembros y luego llamé al Concilio y se lo entregué. Entregué esa obra y todavía está ahí. Gloria al nombre del Señor. Hermano, el Señor te ha llamado, no para que tengas tu boca cerrada. Gloria a Dios. Gloria al nombre del Señor. Es para que le hables. Es para que traigas almas a los pies de Cristo. Y yo sentí, hermano, el deseo de seguir caminando. No solamente, después me extendí para otro lugar pero tuve que dejarlo y sentarme a atender al esposo porque estaba enfermo y de ahí el Señor me puso a hacer otras cosas. Gloria al nombre del Señor.

Pero hay que estar dispuesto. Hermano, hay que estar dispuesto. Si tu corazón está dispuesto a servir al Señor, él te va a bendecir. Nunca digas: “Ay, yo no sé” ¿por qué tú no sabes? ¿No está Cristo en tu corazón? Tú lo sabes. Y él dice: “Abre tu boca y yo la llenaré. “Yo no sé, yo no fui a ninguna escuela”. Gloria al nombre del Señor. A ningún instituto. No porque no quería sino porque no podía. Bendito sea el nombre del Señor. Pero tengo la Biblia y tengo al Señor. Y tengo algunas experiencias, Dios. Yo conocí al Señor, hermanos, profundamente. Gloria al nombre del Señor. Pero ¿saben qué, hermanos? Muchas veces Dios tiene que llevarnos a un terreno fuerte. Yo puedo decir que estuve algunos meses en el desierto para poder conocer a Dios. Conocer a Dios.

Gloria al Señor. Para conocer a Dios, uno tiene que bajarse, humillarse. Gloria al nombre del Señor. Aleluya. Muchas veces yo le he dicho, hermanos, que dice: “Que venga Cristo que será feliz, no tendrá problemas”. No, no, no, hermano. Usted tendrá problemas. Habrá felicidad, Gloria al Señor, en el Reino de los cielos. Gloria al nombre del Señor. El que crea que va a pasar, que va a llegar en el Reino de los cielos, aquí, muy suave, hermano, está equivocado. Está equivocado. Aleluya. Hay que romper rodillas. Gloria a Dios. Hay que romper rodillas. Bendito sea el nombre del Señor ¿por qué prueba vienes? Aleluya. Aleluya.

Y cuando yo veo personas que están muy, muy… Gloria a Dios y me voy en gloria y me voy en gloria y digo “bueno”. Hay que ganarse la gloria. Gloria en nombre del Señor. Pero le doy las gracias a Dios que él me ha ayudado. Esta mañana yo estaba dando unas vueltas por ahí caminando ¿no? Y miré hacia los árboles, y yo le dije “Ay, Señor, gracias, porque cuando yo iba a pensar que yo iba a estar aquí en este sitio, bendito sea el nombre del Señor, pero a Dios le ha placido así. Gloria en nombre de Dios. A Dios le ha placido así. Gloria en nombre del Señor. Que en esta edad que tengo, aleluya, me ha dado el privilegio de ir a lugares que yo nunca pensaba que iba a ir.” Gloria al nombre del Señor. Eso lo hace el Señor. Gloria a Dios.

Ya para terminar, tenía un himno para cantar. Gloria al Señor. Yo lo canto el coro. Está bien si el pastor me da la oportunidad pero déjeme cantar. Gloria al Señor. Gloria a Dios. Gloria a Dios. Alaben al Señor, hermanos, gloria a Dios. Alabado sea el nombre de Dios. Alabado sea el nombre de Dios. Alabado sea el nombre de Dios. Aleluya. Quiero decirles algo, con el permiso del pastor. El miércoles antepasado, yo sufrí mucho ahí por ver cómo estaba la iglesia, hermanos. Y eso era un habladero. Dios mío, Padre. Hermano, cuando usted llegue a la casa de Dios, póngase en oración, póngase a pedirle al Señor, bendícenos, ¿a qué usted viene, señor?

Oh, ¿usted hace mucho que no la ven? Dígale ¿No ven morita? Gloria al nombre del Señor. No permita conversación en la iglesia, hermano. El templo de Dios. ¿Este no es el templo de Dios? ¿A qué vinimos? ¿A adorarlo o a hablar? Vinimos a adorarle. Usted le trae su adoración y nosotros vamos a recibir lo que él nos da. Pero si usted viene de su casa lleno de fatiga, quizás del trabajo, que ya es tarde que me voy, y entonces se sienta ahí. Ay, hermano. ¿Cuál es la bendición? Bendito sea el nombre del Señor. Empiece ahí en su banco ¿no se quiere doblar las rodillas ahí sentado horas y clame? Gloria en nombre de Dios. Por eso que antes se derramaba el poder del Espíritu Santo, el fuego del Espíritu Santo, porque los hermanos iban con deseo de alabar a Dios, con deseo de orar. Gloria a Dios.

El que quiere hablar conmigo, que espere a que se acabe el culto. Bendito sea el nombre del Señor. Pero conquistemos, hermanos, tengo que conquistar la presencia del Señor. Se empieza el culto ahí entonces, a cantar, no, cuando ya el culto va a empezar, cuando está lleno. Aleluya, y se llena y baja la gloria de Dios. Baja, hermano. A veces yo no regañaba, bueno corregía a algunas hermanas. “El culto sí estuvo frío hoy.” La fría vino tú. Tú fuiste la - tú eres la fría. El culto estaba bueno. Tú viniste fría. Gloria en nombre del Señor. El culto está frío. El frío eres tú. Examínate tú. Porque si tú vienes, aleluya, en comunión a buscar de Dios y te doblas ahí y te quedas ahí buscando la presencia de Dios. Después tú no vas a decir que el culto estaba frío, no. Aleluya.

Pastor Miranda: Hay que respetar a la hermana Josefa. Es un espíritu profético el que nos ha visitado esta noche. Reconozcámoslo así. ¿No? No se vaya. No. Yo quiero reconocer delante del Señor la unción de esta mujer de Dios, es un espíritu de profecía el que ha estado en medio de nosotros. Así lo reconocemos. Honramos al Señor por hablarnos de esa manera y por visitarnos. Eso es lo que nos gusta. Una unción genuina de Dios. Cuando eso está presente, hay que echarse a un lado y simplemente bajar la cabeza. Esta mujer para mí en este momento encarna el espíritu que yo quiero para la Congregación León de Judá.

Esto es, ahora mismo, hermana Josefa, yo la veo a usted como la esencia de lo que esta iglesia tiene que llegar a ser y debe ser y quiere ser. Y lo que yo anhelo, que nosotros todos podamos encarnar y ejemplificar en nuestra vida esa pasión que usted tiene por las cosas del Señor. Esa integridad, esa seriedad militar para con las cosas de Dios, ese escuchar de Dios, esa pasión desde que conoció al Señor, esa necesidad urgente de anunciar el Evangelio. Esa vida de oración, esa seriedad cuando estamos en la casa de Dios. Eso es lo que, Padre, en esta noche nosotros pedimos para esta Congregación.

Póngase de pie, hermano, hermana, extienda su mano hacia la hermana Josefa y reciba de ella. Al usted tender su mano, reciba la unción de ella ahora mismo. Y hermana, en su espíritu envíe esa unción desde un extremo hasta el otro de este lugar. Reciba, dile “Señor, yo recibo el espíritu de ella, yo recibo su amor por ti, tu pasión, su pasión por ti, su seriedad para con tus cosas, su espíritu profético, su vida de oración, su entrega a ti. Padre, yo lo recibo, en el nombre de Jesús, yo, pastor de esta iglesia principal. Ahora mismo, al poner mis manos sobre ella recibo su unción, recibo su bendición, Padre. Y queremos más de esto. Yo quiero más de ello. Recibe en el nombre de Jesús. Recibimos ese poder para permanecer hasta el final, Señor.

Que como dice tu palabra, los muchachos se fatigan y se cansan, los jóvenes flaquean y caen pero los que esperan en Jehová, tendrán nuevas fuerzas. Levantarán alas como las águilas. Correrán y no se cansarán. Caminarán y no se fatigarán. Aun en la vejez fructificarán. Estarán vigorosos y verdes para anunciar que Jehová, mi fortaleza, es recto. Y que en él no hay injusticia. Padre, recibimos esta unción esta noche, esta iglesia, Señor. Mira esta sierva tuya, llegando ya al ocaso de su vida, Padre, pero llena de poder espiritual que muchos de nosotros quisiéramos tener a los 20 años, Señor. La bendigo en el nombre de Jesús, y para esta iglesia Señor, yo envío a los extremos de este lugar, la unción que hay en ella, Padre.

Su espíritu profético, Señor, su pasión por ti, su entusiasmo por tus cosas. Lo recibimos, Señor, en el nombre de Jesús, Padre. Y declaramos que este espíritu se adueña de esta iglesia cada día más y más, Señor. Nuestras reuniones, Padre, expresarán esta unción, Señor. Esta pasión por ti, Padre. En el nombre de Jesús, reprendemos la tibieza espiritual, Señor. Reprendemos la timidez. Reprendemos el conformismo y la mediocridad espiritual, Padre, y nos revestimos, Señor, de esa armadura de tu espíritu, Padre. De esa actitud guerrera, Señor, que tu iglesia necesita como nunca en este tiempo, Padre. Lo recibimos, Padre. Renunciamos, Señor, al formalismo. Padre, renunciamos a las falsas elegancias.

Renunciamos a la sofisticación, Padre, que lleva a la muerte, y recibimos la sencillez de tu Evangelio, Padre, en esta noche. Esta iglesia, Padre, se para en el centro, Señor, de tu espíritu, de tu palabra, Padre. Eso es lo que anhelamos, Señor, aun mientras buscamos otras cosas pero sabemos lo que es esencial, Señor. Y lo recibimos, Padre. Gracias, Señor, para mi pueblo, Padre, en el nombre de Jesús, declaro, Señor, cualquiera que se encuentre desanimado en esta noche, Padre. Cualquiera que tenga dudas, Señor, acerca de su llamado, en esta noche pedimos que tú lo renueves, Señor, su fuerza, Padre. En el nombre de Jesús, tu espíritu de pentecostés, Señor, llene esta congregación, Padre.

Te alabamos, Señor. Te glorificamos, Señor, queremos más de esto. Pídale más al Señor, hermano, hermana, pídale más al Señor. Pídale al Señor que su gloria descienda sobre su vida, sobre su casa, sobre esta iglesia. Gracias, Señor, te adoramos. Gracias, Padre, te bendecimos, Señor. Exaltamos tu nombre, Señor. Glorifícate, Padre. Exaltamos tu nombre, Señor, bendito seas, Padre. Gracias, Señor. Gracias, Jesús. Exáltate, Señor, te bendecimos, Padre. Gloria a tu nombre, Señor. Gracias, Padre. Gracias Señor Jesús. Exáltate, Señor, en medio de tu pueblo.